viernes, 17 de mayo de 2013

     Clavé mis colmillos en ella y sacié mis sed de sangre.

     Siempre había visto aquel cuello terso, suave, pálido y esbelto desde lejos, y ahora podía acariciarlo, besarlo y alimentarme de él.

      El dulce beso de la temible muerte, eso le estaba dando. Pero.... ¿Ella lo aceptaría? ¿Aceptaría una vida inmortal junto a mí? ¿O acaso preferiría dormir para siempre?

      La cálida sangre recorriendo mi garganta era el deseo que tanto había ansiado durante todo este tiempo, y por fin lo había conseguido.

      Finalmente, separé mis labios de su palpitante piel, relamiéndome éstos manchados de aquella sustancia carmín que a mí me daba la vida, y a ella se la estaba robando. Saboreé aquel sabor de nuevo, el típico resquicio con un toque férreo.

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