Clavé mis colmillos en ella y sacié mis sed de sangre.
Siempre había visto aquel cuello terso, suave, pálido y esbelto desde lejos, y ahora podía acariciarlo, besarlo y alimentarme de él.
El dulce beso de la temible muerte, eso le estaba dando. Pero.... ¿Ella lo aceptaría? ¿Aceptaría una vida inmortal junto a mí? ¿O acaso preferiría dormir para siempre?
La cálida sangre recorriendo mi garganta era el deseo que tanto había ansiado durante todo este tiempo, y por fin lo había conseguido.
Finalmente, separé mis labios de su palpitante piel, relamiéndome éstos manchados de aquella sustancia carmín que a mí me daba la vida, y a ella se la estaba robando. Saboreé aquel sabor de nuevo, el típico resquicio con un toque férreo.